Me encanta la temporada navideña. Es la única época del año en que las personas son más amables, felices, festivas y generosas. Con el espíritu de compartir, a mí también me gustaría regalarte algo: una historia que es el núcleo de una lección increíble que aprendí no hace mucho.
La adquisición de riqueza material y estatus es altamente valorado y deseado en nuestra sociedad. Muchas personas pasan la mayor parte de sus vidas en una carrera incansable tratando de lograr más, ser más y tener más.
Yo era una de esas personas. Pasé mi vida pensando que tener y lograr más era mi boleto a la verdadera felicidad. Me volví adicta al deseo de más, no solo financieramente, sino en todos los aspectos de mi vida. Siempre deseando lo que creía que no tenía y lo que es peor, condicioné mi felicidad a obtener esas cosas.
“Cuando tenga suficiente dinero ahorrado, entonces seré feliz. Cuando me tome esas vacaciones, entonces seré feliz. Cuando consiga ese trabajo, entonces seré feliz. Cuando compre una casa más grande, un auto mejor, la última moda, entonces seré feliz. Cuando mi compañero finalmente aprenda a hacerme feliz, entonces seré feliz”.
Entiendes el punto, ¿verdad?
Déjame ser clara, no hay nada de malo en querer mejorarnos a nosotros mismos. No hay nada de malo en establecer metas y lograr cosas en la vida. Pero cuando vinculamos nuestra felicidad con obtener esas cosas, creamos un estado perpetuo de estrés con los máximos y mínimos que se siente al alcanzar estados momentáneos de felicidad y la resaca emocional que vuelve cuando esos momentos de felicidad desaparecen.
Perdemos tanto de nuestro preciado tiempo pensando que no tenemos suficiente, que no somos suficientes, completamente inconscientes de nuestras bendiciones abundantes. Sí, esa era yo, durante mucho tiempo, enfocada en lo que creía que me faltaba, lo que no tenía y lo que aún necesitaba obtener para finalmente ser feliz.
Cuando nos enfocamos en lo que creemos que nos falta, nos volvemos inconscientes, ciegos a las cosas que tenemos. En psicología, este fenómeno se denomina “ceguera al cambio”, donde las personas no ven los objetos que están justo delante de ellos porque han centrado demasiada atención en otras cosas.
Hay un famoso estudio realizado por el profesor Jason Watson de la Universidad de Utah, donde se les dijo a los participantes que contaran cuántas veces se pasaba una pelota de baloncesto de una persona a otra. Más del 40 por ciento de los involucrados en el experimento no vieron a una persona vestida con un traje de gorila pasar justo frente a ellos.
Este es el resultado de alejar nuestra atención de lo que está presente. Lamentablemente, las cosas maravillosas en nuestras vidas pasan desapercibidas porque nuestra atención está siempre en otra parte: en un deseo futuro que nos impide percatarnos de lo que tenemos frente a nosotros. ¡No notamos “el gorila”!
Durante años me perdí de ver todo lo que tenía. Fui a buscar la “olla de oro” para ahora darme cuenta de dos cosas: no todo lo que brilla es oro y el oro que había ido buscando ya lo tenía. Una lección dolorosa pero necesaria para mí.
En lugar de lamentarme con los remordimientos del pasado, me consuela saber que he aprendido una valiosa lección. Como dice el dicho, “un error se convierte en lo más valioso que puedes hacer si aprendes la lección y el único error verdadero en la vida es una lección que no se aprende”.
Entonces, ¿qué aprendí?
Aprendí a ver mis bendiciones. Aprendí a apreciar la “olla de oro” que me ha otorgado Dios y a vivir realmente en el momento presente, apreciando lo que tengo. Todavía tengo mis sueños, todavía tengo nuevos objetivos y planeo lograr cosas en mi vida, pero mi felicidad no está vinculada a lograr o tener esas cosas.
He aprendido a ser feliz en mi momento presente y lo más importante, con lo que tengo en mi vida. He aprendido a apreciar todas las pequeñas cosas que van bien en mi vida, en lugar de centrarme en las que no.
Finalmente he aprendido a contar mis bendiciones y parte de vivir una vida agradecida es compartir esta historia contigo.
La historia, Acres de Diamantes contada por el Dr. Russell Conwell en 1869 ha tenido un profundo impacto en mi vida y transmite hermosamente el poder del mensaje que trato de regalarte.
Una vez vivió no muy lejos del río Indo, un antiguo Persa llamado Ali Hafed. Ali era dueño de una finca muy grande con huertos, campos de cereales, jardines y arroyos. Era un hombre rico y feliz. Estaba contento porque era rico y rico porque estaba contento.
Ali fue visitado un día por un sacerdote budista que le contó a Ali historias de otros agricultores como el que habían ganado milliones al descubrir diamantes.
“Con un diamante de tamaño de tu pulgar, podrías comprar todo el pais y con algunos más podrías colocar a tus hijos en tronos,” dijo el sacerdote.
Ali codicioso y excitado preguntó,
“Cómo encuentro estos diamantes, quiero ser inmensamente rico”
El sacerdote dijo:
“Ve y encuentra un río que corre a través de arenas blancas, entre altas montañas, en esas arenas blancas siempre encontrarás diamantes”.
“No creo que haya tal río” respondió Ali.
“Oh, sí, hay muchos de ellos. Todo lo que tienes que hacer es MIRAR”.
Esa noche Ali no durmió. De repente se sintió infeliz y la riqueza que tenía ya no era suficiente. Así que vendió sus terrenos, recolectó su dinero, dejó a su familia a cargo de un vecino y se fue en busca de diamantes que seguramente lo harían más feliz de lo que era.
Fue por tierras lejanas en la búsqueda y no encontró ninguno. Después de años de búsqueda se encontró sin un centavo, agotado y avergonzado de su fracaso, que se lanzó al océano a morir.
Mientras tanto, el hombre que compró el antiguo terreno de Ali un día llevó a su camello a pasear por sus jardines para disfrutar de la belleza de su nueva tierra. El camello se detuvo para beber agua en el río de la propiedad cuando el sucesor de Ali notó un curioso destello de luz de las blancas arenas del arroyo, una gran piedra que reflejaba todos los colores del arco iris. Era el diamante más grande que se haya encontrado en el mundo y al mirar de nuevo, vio que el río estaba lleno de acres y acres de diamantes.
Al igual que Ali, esto nos sucede a muchos de nosotros, pero en nuestro caso, el sacerdote budista viene en la forma de un compañero de trabajo, un amigo, un vecino o incluso los medios de comunicación, haciéndonos creer que podemos ser más felices si … y así empezamos la persecución por lo que se nos dice que necesitamos, debemos adquirir y no tenemos.
Como Ali, muchos de nosotros somos culpables de ir a buscar lo que ya teníamos. Ali vendió su única posesión en busca de una más grande. Poco sabía que el oro que deseaba estaba allí ante sus ojos en la mismas tierras que una vez había poseído.
Me tomó mucho tiempo entender que la verdadera riqueza es algo que ya tenemos. La paciencia, la sabiduría, la inteligencia, el compromiso y la apreciación son los ingredientes mágicos para desatar nuestra verdadera riqueza.
Si pasas tus días deseando lo que otros tienen, por favor, deténte. Puedes pensar que más dinero, que otro trabajo, que una casa más grande, que un mejor esposo o una mejor esposa finalmente harán el truco. Puedes pensar que alguien más rico que tú es más feliz, pero nadie sabe cómo es la vida de esa persona a puerta cerrada.
En cambio, pasa más tiempo apreciando lo que tienes. Tener más o menos de algo no te libera de problemas. Algunas de las personas más ricas que conozco son también las personas más solitarias e infelices.
Como dice la moraleja de la historia de Conwell, antes de ir a buscar pastos más verdes, primero asegúrate de que el tuyo no sea tan verde o incluso aún más. Deja de desear lo que crees que no tienes y usa ese tiempo para regar tu propio terreno.
Aprende a ver “el gorila” frente a ti y cuenta tus bendiciones. En lugar de hacer una lista para Santa Claus de todas las cosas que deseas, haz una lista de todas las cosas que tienes actualmente por las que estás agradecido. Recuerda que siempre habrá alguien que tendrá más que tú, pero también alguien que tendrá menos.
Mientras pasas el tiempo mirando por encima de la cerca de otra persona viendo la suerte que tienen, recuerda que hay alguien mirando por encima de tu cerca viendo la suerte que tienes.
No ates tu felicidad a obtener lo que crees no tener. No hagas lo que Ali hizo, o lo que yo hice. No vendas tus tierras en busca de diamantes en otro lugar solo para descubrir más tarde que estabas parado en acres de diamantes todo el tiempo.
Finalmente he aprendido a ver y apreciar toda la riqueza que tengo. Mi mente ya no divaga en las cosas que creo que me faltan. Me recuerdo a mí misma que ya estoy en la presencia de acres de diamantes que vienen en muchas maneras y formas.
Mis diamantes son mis hijas, mi pareja, mi familia, y mis amigos. Mis acres de diamantes son la salud que disfruto y la salud de mis seres queridos. Ninguna cantidad de riqueza de ser adquirida puede comprar eso.
Entonces, en el espíritu de esta hermosa temporada navideña, conviértete en un minero de diamantes, dedica tiempo a reflexionar sobre tu propia riqueza y cuenta tus muchas bendiciones. Estás parado en medio de tus propios acres de diamantes en este momento. Dedica tiempo a cultivar tu propio terreno antes de perseguir y buscar pastos más verdes. No busques más allá de tu propio arroyo. Es allí donde esperan tus diamantes.
Hay diamantes en todas partes si te interesa verlos: un diamante por el techo que llamas hogar. Un diamante por la persona que amas y que te ama. Un diamante por la familia y amigos con los que puedes contar.
Un diamante por tu cuerpo fuerte y capaz que te permite caminar, moverte y correr. Un diamante por despertarte esta mañana. Un diamante por la comida en tu mesa y la ropa que usas. Un diamante por tus ojos que te regalan la vista para ver salir el sol. Un diamante por tu audición que te permite escuchar las risas de tus hijos.
Un diamante por cada año que vives para disfrutar viendo crecer y evolucionar a tus hijos. Un diamante por tu fe que te mantiene fuerte. Un diamante por tu coraje que te ayuda a enfrentar tus miedos y por último, un diamante por quién eres y por el legado que elegiste dejar a los que amas.
Desde mi familia hasta la tuya, te deseamos unas felices fiestas y un próspero año nuevo. Mi deseo para ti es que llegues a ser tan rico, feliz y tan afortunado como yo. Abre tus ojos, nota todas tus bendiciones, cuenta cada uno de tus diamantes y cuando termines, no buscarás más, porque sabrás cuán rico ya eres.
Feliz Navidad,