“Es una de las compensaciones más hermosas de la vida que ninguna persona puede sinceramente tratar de ayudar a otra sin ayudarse a sí misma.” Waldo Emerson

A veces creemos comprender la gratitud. Asentimos cuando nos dicen que “contemos nuestras bendiciones”, pero la verdadera gratitud, aquella que nos conmueve profundamente, a menudo surge de la experiencia: de salir de nuestra zona de confort y ver la vida desde una perspectiva completamente diferente.

Lo más importante es que, a través de dar y ayudar a los demás, obtenemos el máximo provecho de la vida. Dar no se trata solo de proveer para quienes lo necesitan; también enriquece nuestra alma, amplía nuestras perspectivas y nos hace darnos cuenta de lo que realmente importa. El acto de servir no nos agota, nos llena. Y eso es exactamente lo que mi hija, Emma, descubrió cuando se embarcó en un viaje de servicio a la República Dominicana con la organización LiveDifferent.

Emma no se fue de vacaciones. Se puso a trabajar, a trabajar duro. Ella y un grupo de personas dedicadas pasaron días construyendo casas para familias necesitadas. Tuvo que recaudar fondos para su viaje, poniendo todo su esfuerzo para hacerlo posible. Y al llegar, se dio cuenta rápidamente de que ninguna preparación mental podía igualar el impacto de ver, de primera mano, cómo la gente vive con tan poco y, aun así, sonríe con tanta alegría.

Lecciones de gratitud

Una de las primeras cosas que Emma notó fue cuánto extrañaba las comodidades de su hogar. “Extraño muchísimo Canadá”, fueron sus palabras exactas. En Canadá, damos por sentadas las cosas sencillas: agua limpia y potable, inodoros con sistema de descarga y aguas negras, comida con una infinidad de opciones, electricidad y la posibilidad de reciclar.

En cambio, las familias de la comunidad a la que estamos sirviendo carecen de las necesidades básicas. Algunas casas no son más que cuatro paredes y un techo. A menudo, una sola habitación alberga a una familia entera. La higiene es escasa. No hay carreteras pavimentadas ni un sistema de recogida de basura estructurado, por lo que la gente tiene que quemarla para deshacerse de ella.

Y, sin embargo, a pesar de estas dificultades, las personas que Emma conoció irradiaban felicidad, compartió ella. Emma quedó impresionada con la inquebrantable satisfacción que mostraban.

“Mami”, me dijo por teléfono, “estas personas son pobres según nuestro estándar de Norteamérica, pero son las más felices que he visto en mi vida. Sonríen muchísimo. No se quejan. Están agradecidos por lo que tienen.”

¿Con qué frecuencia, en nuestras vidas privilegiadas, olvidamos ser agradecidos? Como reflexionó Emma: “Nos estresamos por cosas que, en el gran esquema de la vida, son triviales. Nuestro paquete de Amazon se retrasó. Nuestro coche no es del último modelo. No entramos en el programa de estudios que queríamos. Pero, ¿y si viéramos las cosas de otra manera? ¿Y si reconociéramos que, precisamente, las cosas de las que nos quejamos son lujos y privilegios que muchas personas en todo el mundo nunca experimentarán?”

La fuerza de la comunidad

Emma también presenció el poder de la comunidad de manera que nunca antes había visto, dado que, aquí, apenas conocemos a nuestros vecinos. “En este barrio, la gente se cuidaba mutuamente. Se trataban como una familia extendida. Se apoyan, se protegen y se consuelan de maneras que no son comunes en casa, relató Emma con gran viveza su experiencia.

Cuando Emma y su equipo visitaban hogares, los recibían con los brazos abiertos. Las madres les entregaban a sus bebés para que los cargaran, confiando en ellos sin dudarlo. Personas que casi no tenían nada estaban dispuestas a compartir lo poco que tenían.

Cuando Emma les preguntó a algunas jóvenes: “Si pudieran vivir en cualquier lugar del mundo, ¿adónde irían?”, esperaba oír respuestas como Estados Unidos, Europa o Canadá. En cambio, todas respondieron: “Aquí. Mi hogar.”  Esto fue una revelación para Emma. En nuestro mundo occidental, estamos condicionados a creer que el éxito está ligado a la riqueza material: casas grandes, carreras prestigiosas y seguridad financiera. Pero en esta comunidad, el éxito se medía de otra manera. Se trataba de unión y conexión, de tener gente que te quiera y te apoye, de despertar cada día con el sol, el mar y un sentido de pertenencia.

Uno de los momentos que más impactó a Emma fue cuando le preguntó a uno de los vecinos, “¿Cuál es el trabajo de tus sueños?”. Esperando respuestas

como médico, ingeniero o emprendedor —profesiones a menudo vinculadas al estatus y la ambición en Norteamérica—, se sorprendió por la simple respuesta, “Algo estable”. Fue una revelación poderosa. Mientras muchos buscamos prestigio, títulos y salarios más altos, para quienes viven en esta comunidad, el sueño era simplemente seguridad: un trabajo que les proporcione comida, techo y tranquilidad constantes. Fue un recordatorio de que lo que nosotros a menudo damos por sentado, otros lo ven como su mayor aspiración.

La alegría de dar

Construir casas no fue tarea fácil. Emma y su grupo trabajaron largas y agotadoras jornadas, mezclando hormigón, nivelando suelos, martillando, ladrillando en cada etapa de la construcción. Al final, Emma construyo más que solo casas; desarrolló fuerza, resiliencia y una nueva perspectiva de la vida. Incluso ganó músculos en los brazos gracias al trabajo, un recordatorio físico del esfuerzo que dedicó a esta misión.

 

 

 

 

 

 

Pero el momento más gratificante llegó cuando entregaron las llaves a las familias. Las casas estaban pintadas, llenas de frutas y vegetales que habían comprado para ellos y listas para ser habitadas. Emma vio entrar a un padre que viendo la comida en la mesa se rompió a llorar. “Ese momento,” dijo Emma, “hizo que todo valiera la pena.”

Un llamado a ver el mundo de otra manera

La experiencia de Emma nos recuerda que todos necesitamos cambiar nuestra perspectiva. Somos inmensamente privilegiados, pero muchos vivimos como si nos faltara algo. Nos obsesionamos con cosas que realmente no importan: estatus, posesiones, comodidades efímeras, mientras nos perdemos de la riqueza que existe en la conexión humana, la gratitud y el servicio.

Como afirmó Emma: “En Canadá, hay gente que se cree pobre. Pero la realidad es esta: si tienes agua potable, electricidad y un hogar seguro, ya eres más rico que la mayoría del mundo. Solo un pequeño porcentaje de la gente vive en países desarrollados. El resto enfrenta dificultades que apenas podemos comprender. Y, sin embargo, en muchos de estos lugares, la gente irradia una alegría que nos resulta casi ajena.”

Cuando le pregunté a Emma qué mensaje tenía para quienes leerán este blog, dijo: “La próxima vez que te sientas frustrado por algo pequeño (que se te agote la batería del teléfono, un día de pelo rebelde, la baja nota de un examen), recuerda que en algún lugar hay un niño durmiendo en un suelo de tierra, una familia esperando su próxima comida y, aun así, sonríen.”

Esta experiencia cambió para siempre a Emma, quien ya está buscando su próxima oportunidad de servir humanitariamente. Ahora comprende que la verdadera riqueza no se trata de lo que tienes, sino de lo que das. Y tal vez, solo tal vez, todos podamos aprender de eso. Dejemos de quejarnos. Empecemos a apreciar. Y, lo más importante, empecemos a retribuir.

En palabras de Emma: “Un sincero agradecimiento al Programa de Liderazgo, CEO de Muskoka Woods y a la organización LiveDifferent por hacer posible esta experiencia magistral. Su misión de inspirar y empoderar a los jóvenes a través del servicio humanitario es realmente transformadora. Llevaré estas lecciones conmigo para siempre. Y, por último, pero no menos importante, a la comunidad de Sosúa, gracias por abrirnos sus hogares y corazones.”

La verdadera riqueza no se mide por lo que poseemos, sino por la profundidad de nuestra gratitud, la fuerza de nuestras conexiones y el impacto que tenemos en los demás. Emma se propuso dar su tiempo y esfuerzo, pero al final, obtuvo algo mucho más grande: una nueva forma de ver el mundo. Las personas que conoció, aunque carecían de riquezas materiales, eran ricas en aspectos que realmente importan: en amor, alegría y comunidad. Quizás la lección más importante de todas es que, al servir a los demás, encontramos maneras de enriquecernos y ayudarnos verdaderamente a nosotros mismos.

Con gratitud, WALEUSKA